En la cubierta de ¡El gran Pan ha muerto! de Ernesto Castro se puede leer «Prólogo de Unamuno». Esto no es ninguna broma, o sí, pero los hechos son que el prólogo existe y que abre el libro. ¿Cómo es esto posible? ¿Es fake? ¿Ha salido de su nicho en el cementerio de Salamanca para prestarle su pluma a otro filósofo? ¿Hemos desempolvado la ouija? ¿Es Unamuno un personaje nivolesco fabulado por Ernesto Castro? Nada de esto: Unamuno publicó en 1916 un «Prólogo ejemplar» para el escritor joven que quisiera llegar. Pero llegar ¿a dónde? ¿A vivir de la escritura, a conseguir una tribuna o un Premio; a que le inviten de tertuliano o a amasar unos cuantos lectores? No lo deja claro y no es relevante ahora; lo que importa es que aquel prólogo llevaba un siglo aguardando el libro y el autor idóneos. O sea: este, ¡El gran Pan ha muerto!, de Ernesto Castro.
Si estás arqueando la ceja, si crees que esto solo es una trolleada, aquí tienes un fragmento:
Un padre avisado busca para padrino de su hijo a una persona de posición y, a poder ser, de fortuna; a uno que pueda más adelante, protegiendo al padre, proteger al hijo. El que ese padrino al tener en brazos ante la pila al recién nacido conteste al cura credo cuando maldito si cree en lo que se le pregunta, esto es cosa que al padre le tiene sin cuidado. Después de todo contesta en latín, que es una manera de no contestar de veras.
Si me preguntas, pues, lector amigo, si creo en la excelencia literaria de esta obra que te presento y apadrino, te contestaré en latín: credo. Esto es de ritual, como los juramentos ante los tribunales de justicia, y las cosas de ritual no tienen nada que hacer en la conciencia. Precisamente la liturgia se inventó para eso, para formalizar nuestras relaciones sacramentales sin mengua de la conciencia. Es una especie de etiqueta o protocolo a lo divino.
[…]
Si hubiese yo leído este libro que prologo y me hubiera parecido malo, o lo que es peor que malo, insignificante —como son el noventa y nueve por ciento de los libros que entre nosotros se publican—, ¿iba yo a decirlo aquí? De ningún modo. Tenía, pues, que rehusar escribir el prólogo. Y sé por experiencia que esta rehúsa acarrea más disgustos que no el escribir un prólogo tan inocente como este que estoy escribiendo y que ha de servir de tipo para todos los que en adelante se me pidan.
¿Que esto es tomarle el pelo al autor? El Autor de todas las cosas nos está tomando el pelo de continuo, y esto entra en su perfección, y se nos ha dicho que seamos perfectos como Él es perfecto. Si Dios nos toma el pelo a los hombres a lo divino, ¿no podemos nosotros, los hombres, tomarnos unos a otros el pelo a lo humano? Y sobre todo, el autor puede decirme: dame pan y llámame tonto.
Aprovecho para recordarte que hoy es la primera de las presentaciones del libro; que hoy toca en Madrid a las 19h en La Central del Museo Reina Sofía y que junto a Ernesto estará Clara Ramas.
Y que habrá otra en Zaragoza el 2 de diciembre en Antígona con Miguel Ángel Ortiz Albero, también a las 19h, y aún otra en Barcelona el 9 de diciembre en la librería Documenta. Esta vez con Víctor Balcells como presentador.