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Viaje a Liberland, de Timothée Demeillers y Grégoire Osoha

Prólogo

–¿Estás seguro de que es aquí?

Cuando llegamos y vimos la fachada de ladrillo del Hotel Lug, recién pintada, nos pareció extraño que el presidente de Liberland hubiera decidido celebrar el primer aniversario de la declaración de independencia de su país en un anticuado hotel de cuatro estrellas, perdido en medio de la neblinosa campiña de Eslavonia, en los confines orientales de Croacia. Sin embargo, no cabía duda: una hilera de berlinas oscuras con los cristales tintados iba entrando en el aparcamiento a un ritmo regular. Nos dirigimos al vestíbulo, donde un recepcionista nos entregó las acreditaciones de «periodista» con una sonrisa. El salón de actos estaba abarrotado, el centenar de asientos ya estaban ocupados y varias personas se habían visto obligadas a permanecer de pie, apoyadas en las paredes. Nos sumamos a ellas discretamente y, casi enseguida, se apagaron las luces. Una pantalla de proyección se desenrolló lentamente en medio de un silencio sepulcral y el rostro de una redondez perfecta de Vít Jedlička apareció en la tela de PVC.

–Estimados amigos, siento no poder acompañaros hoy. Me encuentro en Bezdan, en Serbia, a unos veinte kilómetros, al otro lado de la frontera –empezó a decir–. La Policía croata tenía órdenes de no dejarme entrar. Ya lo ven, soy una persona non grata en Croacia –prosiguió con una curiosa mezcla de solemnidad y de socarronería–. Pero ¡qué más da! ¡Eso demuestra que se toman en serio nuestro proyecto!

Entre los presentes se oyeron algunos cuchicheos. Tal vez Vít Jedlička no tuviera permiso para pisar el suelo croata, pero había conseguido cruzar esa frontera a pesar de todo, y pensaba aprovecharlo. Durante media hora, disertó sobre el nacimiento de Liberland un año antes y sobre todo el trabajo llevado a cabo desde entonces. Enumeró las dificultades que habían surgido y los éxitos logrados. Para acabar, desgranó los proyectos futuros, todos ellos celebrados con estallidos de aplausos.

–¡Muchas gracias a todos! Necesitamos el máximo apoyo para crear el primer país verdaderamente libertario del mundo. Si desean hacer donativos, pueden acudir a nuestra página web. Y no olviden jamás nuestro lema: «Vivir y dejar vivir».
Encendieron las luces de nuevo. Hubo un breve silencio, interrumpido enseguida por el alboroto de las sillas al arrastrarse, los pasos por el parqué encerado y las conversaciones entre participantes. Había ingleses, estadounidenses, españoles, indios, rusos, nigerianos, cataríes… Salvo los anglófonos de nacimiento, todos ellos se expresaban en globish. Los intercambios de tarjetas de visita daban comienzo o ponían fin a cualquier presentación. Salimos a tomar el aire.

Debían de ser las once de la mañana y la aldea de Lug parecía despoblada. Mientras nos abríamos paso por las callejuelas mal pavimentadas de los alrededores del hotel, nos preguntamos cómo ese Vít Jedlička había llegado a tal punto. Cómo había logrado encontrar una tierra supuestamente virgen en pleno corazón de los Balcanes, cómo había logrado reivindicarla hasta que al final le prohibieron acceder a ella, cómo había logrado reunir apoyos en todo el mundo que lo alentaban en su proyecto descabellado. Luego nos preguntamos por esos «libertarios». Esos hombres con traje y corbata negra que copaban la conferencia distaban mucho de los hippies con pantalones bombachos y sandalias que, equivocadamente, nos habíamos imaginado.

Del cielo color pardo cayó un chaparrón. Nos refugiamos en la primera cafetería que encontramos, rodeada por un jardín con frutales en flor. En la sala, absolutamente vacía, un hilo musical emitía empalagosos clásicos estadounidenses de los años ochenta. Barbra Streisand cantaba Memory, con sus violines solemnes y su tono lacrimógeno. Fuera, un gato empapado por el diluvio intentaba que le abriéramos la ventana dando maullidos desesperados y lánguidos zarpazos en los cristales. Con la cara colorada por los efluvios del café que desprendían las tazas esmaltadas en blanco, nos pusimos a hojear el folleto oficial de Liberland que habían repartido en la conferencia. Había rascacielos, torres acristaladas, artefactos voladores empujados como por arte de magia hasta orillas del Danubio. También incluía un organigrama completo del Gobierno de Liberland, así como las declaraciones de intenciones de los ministros. Por último, reproducía esta cita del presidente Jedlička: «No es de extrañar que los medios de comunicación describan nuestra nación como la más potente del mundo, ideológicamente, desde los tiempos del Imperio romano».

El nacimiento de una nación

1. Terra nullius

Sin un tal Anton Bernhard, nacido a finales del siglo XVIII, seguramente nunca habríamos asistido a esa conferencia y este libro tampoco existiría. El 21 de marzo de 1817, ese ingeniero húngaro lleva a cabo la hazaña de remontar el Danubio con una barcaza de 488 toneladas, a una velocidad de 3,4 kilómetros por hora, río arriba, ayudado por un pequeño remolcador de vapor construido a partir de un casco de roble de Eslavonia, un cabestrante y dos ruedas hidráulicas. Llama al barco Carolina, en honor a la esposa del emperador Francisco I de Austria. Los industriales de la época enseguida muestran interés por su invento. En los años posteriores, la navegación por el Danubio prospera y, en 1829, se crea la Erste kaiserliche-königliche Donau-Dampfschifffahrts-Gesellschaft (es decir, la Primera Compañía Privada Imperial y Real de Navegación Danubiana).

En poco tiempo, la EKKP se convierte en la empresa de transporte fluvial más importante de Europa. Hacia finales de la década de 1880, posee sus propios astilleros y cuenta con mil barcos que transportan más de tres millones de pasajeros y un millón de toneladas de mercancías al año por casi seis mil kilómetros de cursos de agua en Europa central y oriental. Como los sinuosos meandros en los que se ramifica el Danubio entre las actuales Hungría y Bosnia-Herzegovina ralentizan las comunicaciones, el Imperio austrohúngaro acomete vastas obras de acondicionamiento con el objetivo de «rectificar» el curso del río en más de trescientos kilómetros. Entre el antiguo Danubio y el nuevo Danubio, algunas zonas pasan de la orilla derecha a la izquierda (noventa kilómetros cuadrados), mientras que otras pasan de la orilla izquierda a la derecha (nueve kilómetros cuadrados). Esas zonas están formadas, en su inmensa mayoría, por marismas; probablemente, esa sea la razón por la cual, al término de la enorme obra, a nadie de la administración austrohúngara se le ocurre corregir el catastro del 23 de diciembre de 1817, establecido más de cincuenta años antes.

Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio austrohúngaro se desmorona. En los Balcanes, el poder pasa a manos de la familia real de los Karadjordjevic. Pero no por mucho tiempo. En 1945, la monarquía es derrocada y se proclama la República Federal Popular de Yugoslavia, que engloba las seis repúblicas de Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia. De entrada, nombran a una comisión dirigida por Milovan Djilas, compañero de armas del presidente Tito, para delimitar la frontera entre las repúblicas de Serbia y de Croacia: su cometido es atender las aspiraciones de la población, sin olvidar las particularidades geográficas y económicas del territorio. Atender las aspiraciones de la población, de acuerdo, pero ¿de qué población? A ambos lados de la frontera se mezclan inextricablemente varias etnias. Así, los croatas son mayoría en el distrito de Subotica, mientras que los húngaros son más numerosos en el de Sombor. En el distrito de Odžaci, los eslovacos constituyen la población más importante, seguida por los serbios. En el de Ilok, los croatas son mayoría en los pueblos del oeste, mientras que los serbios lo son en los del este. Etcétera, etcétera.

De manera bastante tosca, la Comisión Djilas decide que la vaguada del Danubio –es decir, la línea imaginaria que une los puntos más hondos del río– marque la separación entre las dos repúblicas. Pero la comisión tampoco toca los registros del catastro e instaura, pues, un verdadero embrollo jurídico. A partir de entonces, todas las repúblicas se refieren al documento que les resulta más favorable. A la hora de resolver un litigio, de informarse de las fechas de apertura de la temporada de caza o de solicitar un permiso de pesca en esa zona fronteriza, los habitantes no saben exactamente a quién acudir.

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