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Soñar de otro modo. La reinvención de la utopía, de Francisco Martorell Campos

Prólogo

Junio de 2001. Departamento de Filosofía de la Universidad de Valencia. Recién finiquitada la defensa de mi tesina sobre las implicaciones políticas del constructivismo, Sergio Sevilla, Manuel Jiménez y Vicente Sanfélix, catedráticos y miembros del tribunal, afirmaron: «El estudio que ha expuesto es casi una tesis doctoral. Con añadir tres capítulos, retocar la introducción y replantear las conexiones, bastaría. En dos años máximo sería doctor».

            Me lie y no les hice caso.

            Por de pronto, pasé esos dos años de asueto. Prisas, las justas. Cuando retomé las ganas de estudiar, tenía decidido que iba escribir una tesis sobre la utopía y la distopía en la actualidad que argumentara la necesidad de reactivar el pensamiento utópico. No había marcha atrás. A nivel práctico, la decisión fue calamitosa. Existían miles de temas más apropiados para promocionar y entablar relaciones dentro de la academia filosófica. Encajar la utopía con las transformaciones posmodernas implicaba, además, tratar una cuestión sin apenas bibliografía, demasiado excéntrica y escurridiza, susceptible de complicarse y eternizarse. Y vaya si se complicó y eternizó. Harto de no dar con la tecla, en 2008 borré el archivo que contenía la primera versión del documento. Cuatrocientas ochenta páginas, fruto de cinco años de dedicación. «A tomar por culo la puta tesis de los cojones», maldije. A los once meses, empecé de cero. Bueno, de cero no, con el bagaje atesorado y todo eso. Finalmente, leí la tesis en 2015. Al terminar el acto, el filósofo Antonio Campillo, presidente del tribunal, dijo: «Francisco, tiene que seguir trabajando estas cuestiones e intentar publicar libros sobre ellas, darlas a conocer a cuanta más gente mejor». En la comida de cortesía, insistió.

            Le hice caso.

            Tras colocar decenas de papers en revistas académicas y recopilaciones, surgió la oportunidad. A inicios de 2018, recibí un mail del escritor Paco Cerdà. Contaba que había leído partes de la tesis y que le gustaría que escribiera un ensayo sobre la utopía para publicarlo en la editorial que dirigía, La Caja Books, que por entonces daba sus primeros pasos. Después de visionar los adjuntos con los bocetos gráficos, los datos sobre la distribuidora y demás, acepté la oferta.

            Soñar de otro modo apareció en marzo de 2019. La recepción superó las expectativas. Las entrevistas y los comentarios en periódicos, webs, radios, revistas y podcasts se acumulaban, igual que las invitaciones a cursos y presentaciones. Comprobé, in situ, que el diagnóstico en el que había estado trabajando contracorriente durante tres lustros flotaba en la atmósfera. Aluciné con el cambio de escenario: de un contexto donde la utopía parecía obsoleta y estaba excluida de las habladurías culturales, a otro en el que interesaba a todos. No hay duda de que el libro salió en el momento justo, en el preámbulo de una tendencia favorable. Su buena acogida preparó el camino a mi siguiente ensayo, Contra la distopía (2021), con el que Soñar de otro modo forma pareja.

Hoy son habituales los congresos, publicaciones y saraos centrados en la utopía. Cada semana descubres artículos de prensa dedicados a patrocinarla en detrimento de la distopía. A veces, no hacen otra cosa que aludir a los teóricos anglosajones de costumbre y lanzar los eslóganes chachi pirulis de los think tanks de pacotilla que tenemos por estos lares. Excepciones aparte, corean, poco más o menos, las mismas generalidades. Sea como sea, cumplen su función. Lo relevante es que la utopía está sobre la mesa. La fijación distópica que afecta a la literatura, el cine, las series televisivas, los cómics, los videojuegos, la divulgación científica, el activismo político y la teoría cultural ha provocado, junto a otros factores, que muchas personas echen en falta el elemento utópico. Hay hasta exposiciones y obras de teatro que preconizan el valor de la utopía. En series como Estación once (2021-2022), Snowpiercer (2020-2022), El niño ciervo (2021-?) y Moonhaven (2022) pululan elementos utópicos interesantes. ¿Ha vuelto la utopía? ¿Finalizó su hibernación de cuarenta años? Es pronto para saberlo. Cabe la posibilidad de que el regreso de la utopía no vaya a darse aún y que todo sean simples amagos pasajeros. Así y todo, el trabajo realizado ahora puede contribuir a su verdadero regreso algún día.

            De entre las afirmaciones que se repiten acerca de la utopía, destacan dos tópicos falaces. El primero afirma que la utopía es optimista. Quien sabe un poco de esto, alcanza a comprender que la utopía no guarda relación con el optimismo, sino con la esperanza social. El optimista tiene la convicción de que las cosas saldrán bien, mientras que el pesimista tiene la convicción de que saldrán mal. Uno alberga la certeza, pongamos por caso, de que el cambio climático será revertido a tiempo gracias a la bioingeniería u otras tecnologías de vanguardia. El otro, que ocasionará un colapso global a lo Mad Max. Pese a sus heterogéneos estados de ánimo, el optimista vendeburras y el pesimista asustaviejas coinciden en que son fatalistas. Otean el futuro como un horizonte cuya resolución se halla decidida a priori. Es cierto que la utopía estándar del siglo xix pecó de este tipo de optimismo más de la cuenta. Pero desde mediados del siglo xx, es conscientemente antifatalista. Sea literaria o teórica, sostiene que el futuro está en el aire, que tiene opciones de ser mejor o peor que el presente según las decisiones que adoptemos. Aunque los acontecimientos inviten a sospechar que los peores pronósticos van a cumplirse, siempre habrá posibilidades, por frágiles y escasas que sean, para que relampaguee lo inesperado y la justicia gane. El utópico se agarra a ellas y conjura la rendición. No para narcotizarse con vanas ilusiones, sino para tratar de modificar la situación mientras exista la oportunidad. Al contrario que el optimista, no tiene la seguridad de que el mañana vaya a ser mejor. Solo tiene esperanza.

            El segundo tópico irritante, relacionado con el anterior, suele ser proferido por intelectuales de izquierda con gran presencia mediática a los que no les gusta la utopía. Más que utopías, dicen, hacen falta prácticas concretas de transformación material. Nada que reprochar, si no fuera porque reproducen el mantra de que la utopía yace en el extremo opuesto de dichas prácticas, en la esfera fantasiosa de los futuros cuquis, pintados de rosa, perfectos y felices, sublimaciones de la doctrina religiosa de la salvación. No es verdad. El impulso utópico acompaña a cualquier tentativa transformadora, por muy modesta que sea. No solo palpita en los programas de emancipación universal, sino en iniciativas pequeñas, encaminadas, vamos a suponer, a quitar asfalto de los barrios, cambiar los hábitos de consumo, ampliar derechos adquiridos, tejer redes asociativas o derogar legislaciones retrógradas. Por otra parte, habría que recordar que los futuros perfectos y felices desaparecieron de la utopía tras Los desposeídos de Ursula K. Le Guin y la obra posterior de Marge Piercy, Kim Stanley Robinson, Ada Palmer y Cory Doctorow, responsables de un giro copernicano de los imaginarios utópicos bien conocido y delimitado. Extrapolada a la filosofía, la formación de los intelectuales antiutópicos no habría pasado de Descartes. Proclamarían que el pensamiento filosófico en su conjunto personifica las entelequias metafísicas de la verdad absoluta, las sustancias ontológicas y la coincidencia de ser y conciencia. Ciertamente, las personificó, pero ya no. A partir de Descartes pasaron cosas muy emocionantes. A partir de H. G. Wells también.

Soñar de otro modo no codicia tener la última palabra ni llegar hasta el fondo de las cuestiones que aborda. Reparte mapas, guías, itinerarios. Quiere inmiscuirse en el giro copernicano de la utopía con tanteos provocadores y acompañar al lector por las controversias utópicas del siglo xxi. A tal fin, aporta gran cantidad de materiales para ahondar en la materia, localizar los puntos de discusión prioritarios y generar debates constructivos. Conocedora del carácter ambivalente de su objeto de reflexión, reivindica la utopía sin idealizarla. Perpetra, de hecho, un ajuste de cuentas con el pensamiento utópico moderno y saca a la luz los componentes totalitarios que residen dentro del mismo. Su intención es levantar un marco teórico que ayude, efectivamente, a soñar de otro modo; es decir, a relatar futuros deseables sin emplear dichos componentes, al margen de los dualismos metafísicos heredados, sin pretensiones de perfección, pureza, clausura y armonía, sin pensar que hemos descubierto la solución definitiva a los problemas sociales ni creer que la naturaleza, la realidad o la historia nos dan la razón. Mi tesis es que tales renuncias son requisitos inexcusables del tipo de utopías que la actualidad precisa: utopías secularizadas, ergo metarreflexivas y antiautoritarias, carentes de fundamentos trascendentales, expuestas al devenir y la finitud.

            Las páginas sucesivas desarrollan una propuesta de secularización de la utopía que interrelaciona la crítica textual con la utopía moderna y la crítica contextual con la sociedad posmoderna. Las referencias filosóficas, sociológicas e históricas cohabitan con referencias populares pertenecientes a la ciencia ficción en general y a la literatura utópica y distópica en particular. Tres elementos estructuran el corpus central de contenidos: la naturaleza (eje del espacio utópico), la historia (eje de la temporalidad utópica) y la sociedad (eje de la política utópica). Cada elemento protagoniza un capítulo con cinco apartados vinculados por numerosos vasos comunicantes.

            Los primeros apartados de los tres capítulos centrales indagan en el papel de la naturaleza, la historia y la sociedad en la utopía moderna. Esta labor desvela la existencia de toda suerte de procedimientos autoritarios, sea la composición de civilizaciones lastradas por dualismos excluyentes (natural versus artificial, tradición versus futuro, colectividad versus individuo), la conversión de tales instancias en autoridades normativas o la cimentación de clausuras alienantes, caso del cierre espacial, el cierre temporal y el cierre ideológico. De paso, radiografía el campo conceptual compartido por la utopía y la distopía, por lo común omitido en los análisis.

            En la segunda parte, seremos testigos del fin de la naturaleza, la historia y la sociedad a manos de la posmodernización, evento que obliga a construir paradigmas utópicos nuevos. En mi opinión, el reto pasa por forjar utopías ajenas a las ideas de una naturaleza preexistente que debemos dominar u obedecer (naturalismo), de una historia gobernada por la ley del progreso (historicismo) y de una sociedad autorregulada que tiene forma de cuerpo o mecanismo (sociologismo). Como no puede ser de otra manera, la utopía secularizada también actúa al margen de la nostalgia generada por el ocaso de la naturaleza, la historia y la sociedad, emoción expresada en múltiples fenómenos culturales y políticos (apología de lo rural, conmemoraciones y remakes, morriña hacia la vida en los ochenta y noventa, supuestamente más armónica y afable).

            Los apartados tres, cuatro y cinco detallan desde diferentes ángulos cómo nuestros tiempos refutan o distorsionan en la práctica los dualismos y diagnósticos constitutivos de las utopías literarias de la modernidad. La incidencia deja efectos reaccionarios y progresistas al mismo tiempo y la propagación de cuantiosos actores ambiguos (transhumanismo, ecología profunda, políticas de la memoria, políticas del corto plazo, aceleración, fragmentación de las demandas). De momento, cimenta el orden neoliberal. Pero contiene potencialidades reprimidas idóneas para catapultar el rearme de la utopía.

Hace ya tiempo que mi editor, Raúl Asencio, me informó de que Soñar de otro modo estaba agotado. Me dio libertad absoluta para preparar esta reedición. Creo que la he aprovechado. He corregido y actualizado el texto original. Lo he ampliado notablemente. Hay numerosos párrafos nuevos y otros que se han extendido de manera considerable. Ahora es más completo y compacto. He creado un apartado final de notas con todas las referencias bibliográficas citadas en los diversos apartados y con referencias y comentarios extra.

            Antes de terminar, me gustaría agradecer a Raúl y La Caja Books la confianza depositada en mí y por invertir tanto tiempo y cariño en el texto. Montaría varias fiestas nocturnas aderezadas con música pospunk y regadas con cuantiosos licores para los lectores de la primera edición de Soñar de otro modo, los jóvenes investigadores que lo citan en sus papers y los periodistas que lo comentaron en sus medios. Gracias a ellos, estamos aquí. Gratitud especial hacia Paco Gramaje, Sergi Pitarch, Puri Mascarell, Voro Contreras, Esther Peñas, Miquel Àngel Ballester, Antonio García Maldonado, Queralt Castillo, José Carlos Breto, María Coll, Bruno Cardeñosa, Paco Cerdà, Ramón del Castillo, Nuria del Viso, Esteban Betancourt, Antonio Campillo, Silvia Llorente, Andoni Alonso, Javier Cavanilles, Pilar G. Rodríguez, Lucas Misseri y José Luis Casadevante, Kois. El palco de honor es para la Fundación Asimov. Sus miembros contactaron conmigo a los pocos días de publicarse Soñar de otro modo. Habían llegado por otras vías al mismo axioma que yo: sobran distopías y faltan utopías. A partir de entonces, nunca han dejado de recomendar el libro en las redes sociales e invitarme a participar en sus actos. Su apoyo, no siempre correspondido, es de las cosas más gratificantes que me ha deparado la aventura que comencé en 2004.

            Tirón de orejas para aquellos y aquellas que han fusilado partes de Soñar de otro modo, incluso referencias muy específicas, sin citarlo. Una costumbre muy de aquí. Si no formas parte de ciertos círculos, y yo no formo parte de ninguno, te leen, absorben tus argumentos, se apropian de las referencias y evitan nombrarte.

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