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La escritura y el cuerpo, de Gabriel Josipovici
Prefacio
En el verano de 1979 me invitaron a pronunciar la cátedra de Lord Northcliffe de la University College de Londres, para la sesión de 1980-81. Lo que sigue corresponde substancialmente a las conferencias tal como las di, aunque las exigencias del tiempo me obligaron a acortar una o dos de ellas al momento de pronunciarlas.
La invitación consistía en dar cuatro conferencias sobre “lo que sea en lo que estés trabajando”. Me avergonzaba admitir que no estaba “trabajando” en nada y que todo lo que podía imaginarme haciendo durante un año sería una obra de teatro o una novela. Claramente, no me invitaban para exponer sobre el desarrollo de este tipo de trabajo. Al mismo tiempo, en lo que a mí se refiere, la invitación había llegado en el momento más apropiado. Acababa de terminar una novela en la que había estado trabajando con gran intensidad durante quince meses, y el ánimo de uno nunca está tan bajo como en el periodo justamente posterior a tal esfuerzo. Uno se siente como si hubiera estado hablando desde siempre hacia un vacío despoblado y cualquier entusiasmo que lo alentó al inicio de la empresa se ha evaporado hacia el final; uno se queda solo con la sensación de desperdicio, frustración y fracaso. Que me pidieran en este punto que hablara con un grupo de personas interesadas
sobre un tema de mi elección, fue un bálsamo inesperado. Acepté de inmediato.
Pero ¿qué tema debería elegir? Hasta entonces no me había percatado de lo difícil que podía ser un encargo como este. No es tan difícil dar una conferencia sobre un tema de nuestra elección; también es relativamente fácil dar cuatro conferencias sobre un tema específico. Pero que a uno se le solicite dar cuatro conferencias sobre lo que sea que uno quiera supone grandes dificultades. ¿De qué quería hablar? ¿En qué quería pasar todo un año pensando y leyendo?
Ya desde un comienzo me di cuenta de que me enfrentaba con al menos una variedad de alternativas: o bien podía examinar en detalle algún asunto que pareciera ser extremadamente limitado para demostrar que, incluso en estos casos, es posible plantear preguntas sobre la lectura y la crítica que cuatro conferencias bastarían para clarificar (la relación entre el fondo y la forma en el primer párrafo de En busca del tiempo perdido y la naturaleza de las lagunas en la producción poética de Eliot son algunos de los temas que me vinieron a la mente); o bien podría abordar un asunto
tan vasto que, aunque un libro pueda parecer pretencioso e increíblemente ambicioso, cuatro conferencias podrían verse como una estrategia personal y preliminar diseñada para plantear preguntas más que para proporcionar respuestas.
Las limitaciones particulares de la estructura de una conferencia —de que no puede haber más contenido de lo que puede ser cómodamente impartido en una hora—, pero también sus privilegios particulares —el contacto directo con la audiencia y, por tanto, la atención constante de la audiencia a la naturaleza personal y subjetiva del discurso— hicieron aún más atractiva la segunda de las opciones, y esto fue lo que finalmente elegí.
Sentí, naturalmente, una gran tentación de retocar las conferencias tras haberlas pronunciado, de intentar completar y desarrollar algunas de las materias antes de su publicación. Pero haber sucumbido a la tentación habría llevado al lector a preguntar, y con razón: ¿por qué se detuvo ahí?, ¿por qué no lo reescribe de comienzo a fin?, ¿por qué no se ocupa de este o aquel aspecto de la materia? Y entonces habría llegado a lo que justamente había querido evitar. Me habría encontrado en la posición de intentar defender una tesis contra todo ataque posible, en lugar de explorar ciertas cuestiones que me han parecido importantes. Como creo que ninguna tesis es enteramente defendible y como ni siquiera estoy seguro de tener una tesis (se siente más como un conjunto de preocupaciones inquietantes), he resistido la tentación y he dejado las conferencias tal como las escribí para leerlas.
Pero volviendo a la pregunta por la materia. Una serie de cuatro conferencias requiere un grado de compromiso que no exige una sola conferencia. Esta no se puede construir en torno a un interés pasajero o satelital; esta debe ocuparse de algún asunto de interés absolutamente fundamental. Mientras pensaba acerca de lo que me gustaría hablar, comencé a preguntarme si habría alguna materia que le hiciera justicia de esta manera. ¿Por qué dedicar un año a una reconsideración del nouveau roman, a las fortalezas o debilidades de la teoría crítica reciente, o a los sorprendentes paralelismos entre la Comedia y En busca del tiempo perdido? Eran asuntos importantes y fascinantes, asuntos en los que había pensado un poco y sobre los que sentí que tendría algo interesante que decir. Todos eran fascinantes, todos dignos de mención. Ese era el problema. Y por la misma razón, ninguno era tan atrapante como para sentir que debía abordarlos.
¿Se trataba simplemente de mi incapacidad para tomar una decisión? ¿Estaba siendo perezoso, solo buscando postergar cualquier decisión que me obligara a ponerme a trabajar? ¿O acaso el problema residía en el asunto sobre el cual vacilaba? ¿No había acaso algo, más allá de todo esto, sobre lo que realmente quería escribir, pero sobre lo que carecía, de alguna manera, de la lucidez suficiente como para distinguirlo?